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jueves, 29 de mayo de 2014

Matutina de la Mujer: Mayo 29, 2014

Lo volveré a ver (parte 1)


“Por lo cual asimismo padezco esto; pero no me avergüenzo, porque yo sé a quién he creído, y estoy seguro que es poderoso para guardar mi depósito para aquel día”. 2 Timoteo 1:12 



Corría enero de 2010. El terremoto que devastó Haití había impactado las fibras más sensibles de mi ser, e intenté unirme a algún plan de ayuda. Al mismo tiempo, mi esposo Raúl y Josué, mi hijo menor, se preparaban para partir hacia Asunción, Paraguay, donde se realizaría el camporee en febrero. El primero en irse fue mi esposo, pues tenía que participar de los arreglos para que la Unión Uruguaya tuviera su espacio y todo lo necesario para el evento. Unos días después, partió Josué.

Viendo los reportajes que una periodista uruguaya hizo acerca de la fe de los haitianos después de la catástrofe, me arrodillé y le pregunté a Dios cómo estaría mi fe si en Montevideo, donde vivo, sucediera lo mismo y perdiera a uno de mis seres queridos. Pensando en mi esposo, le pregunté: “¿Estará preparado? ¿Yo podré soportar su ausencia?”. Luego, pensé en mi hija Noelia, y la pregunta fue la misma. Pensé en Karen, que vive lejos y su esposo aún no está muy firme en la fe, pero me resistía a pensar en Josué, el hijo con quien compartía todas las actividades, el culto y los momentos de oración.

Entonces, recordé a Abraham. Él tenía un solo hijo y no se lo negó al Señor cuando se lo pidió. Le pedí perdón a Dios… y le dije: “Señor, no soy quién para decidir sobre la vida o la salvación de alguien, pero sé que si he de perder a Josué en esta vida, será porque tú lo has preservado para la salvación. Confío en que me darás la fuerza para soportar su ausencia, hasta tu inminente venida”.

Mi esposo y mi hijo volvieron del camporee muy contentos. Como a la delegación de Josué le había sobrado dinero, decidieron que el fin de semana siguiente harían una excursión a la ciudad de Minas. Josué, mi compañero, mi amigo, mi cristiano fiel, mi amado hijo, nunca volvió.

En un mar de lágrimas y un indescriptible dolor, recordé la charla que había tenido con el Señor un mes antes de su partida. Fueron 19 maravillosos años con un fiel hijo de Dios, y él me dio el privilegio de ser su madre. Volveré a verlo, “porque yo sé a quién he creído”.

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