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jueves, 29 de mayo de 2014

Matutina de Adultos:Mayo 29, 2014

La elección de un nombre


Vale más el buen nombre que el buen perfume. Eclesiastés 7:1, NVI.



Es difícil entender cómo un movimiento creciente pudiera existir durante casi dos décadas sin un nombre determinado. Pero, así sucedió con el adventismo sabatario. Elegir un nombre, pensaban algunos, era ser como otras iglesias. Más allá de eso, al fin y al cabo, ¿dónde decía en la Biblia que las iglesias debían tener un nombre?

Esto último es muy cierto. Pero, aunque la Biblia no lo ordenaba, el Gobierno sí lo exigía cuando había que incorporar una propiedad a la iglesia. La crisis del nombre surgió de la necesidad de integrar la casa editora adventista de Battle Creek, Míchigan. A comienzos de la década de 1860, Jaime White había llegado a un punto en el que se negó a asumir una responsabilidad personal por los aspectos financieros de la institución. Los sabatarios debían hacer arreglos para mantener la propiedad de la iglesia de una “manera adecuada”.

Esa sugerencia dio a luz una reacción vigorosa. Aunque reconocía que una iglesia no podía incorporar propiedades a menos que tuviese un nombre, R. F. Cottrell aun así escribió que creía que “estaría mal ‘hacernos un nombre’, porque eso está en la base de Babilonia”.

Jaime enloqueció con la sugerencia de Cottrell de que el Señor se encargaría de las propiedades de la iglesia, al declarar que “es peligroso dejarle al Señor lo que él nos ha dejado a nosotros”. Y, una vez más, defendió el punto crucial de que “en las Escrituras no se dan todos los deberes cristianos”.

En 1860, un congreso de sabatarios votó incorporar la casa editora, “organizar” las iglesias locales a fin de “mantener la propiedad de la iglesia” y elegir un nombre confesional.

Muchos estaban a favor de “Iglesia de Dios”, pero los directivos decidieron que ya había demasiados grupos que lo usaban. Finalmente, David Hewitt sugirió el nombre de Adventista del Séptimo Día. Su propuesta fue aprobada, ya que muchos delegados reconocieron que “expresaba nuestra fe y nuestra postura” doctrinal.

Elena de White guardó silencio durante el debate, pero posteriormente expresó su opinión, eufórica. “El nombre Adventista del Séptimo Día”, declaró después de las reuniones, “presenta los verdaderos rasgos de nuestra fe [...]. Como una saeta del carcaj del Señor, herirá a los transgresores de la Ley de Dios, e inducirá al arrepentimiento para con Dios y a la fe en nuestro Señor Jesucristo” (TI 1:204).

Tal es el valor de un “buen nombre”.

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