EL PEQUEÑO SOLDADO
«El que a sí mismo se engrandece, será humillado; y el que se humilla, será engrandecido» (Lucas 14: 11).
Durante la Guerra de Independencia Norteamericana, un soldado de elevada estatura llegó a caballo a un fuerte militar, precisamente en los momentos en que un grupo de soldados se esforzaba por colocar un grueso madero en una pared. El jinete observó a un hombre de reducida estatura que caminaba de un lado a otro gritándoles órdenes a los soldados. De repente el tronco se les escapó y el hombrecito empezó a regañar a la cuadrilla.
—Quizá dos brazos adicionales podrían ser de ayuda —dijo el jinete.
El pequeño soldado se irguió en forma indignada e interpeló al recién llegado:
—Señor. Yo soy cabo del ejército, no un soldado común.
—Oh, perdóneme, cabo.
El hombre desmontó de su caballo, se quitó el abrigo y se unió a los que luchaban por dominar el tronco. Con un fuerte empujón lo colocaron en su lugar. El fornido caballero se puso el abrigo y se montó de nuevo en su caballo. Al despedirse se dirigió al altanero cabo: «Cabo, si en algún momento necesita ayuda de nuevo, llame a su comandante en jefe. Tendré mucho gusto en ayudarlo». Los soldados se quedaron boquiabiertos mientras el general George Washington espoleaba su caballo y se marchaba.
Me imagino que aquel deslenguado cabo jamás olvidaría ese único encuentro que tuvo con el hombre que luego sería el primer presidente de Estados Unidos. Es también muy probable que Washington tampoco olvidara al insolente cabo que demostró lo «pequeño» que en realidad era; no en un sentido físico, sino en lo que realmente cuenta: en su interior.
Las personas que en verdad son importantes no publican su grandeza, mientras que los endebles a menudo necesitan convencer a los demás de su poder o fortaleza. Al darle poder a alguien, o colocarlo en una posición de autoridad, se revelará su grandeza o sus debilidades.
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