Enviados para servir
“[Los ángeles] ¿No son todos espíritus ministradores enviados para servicio a favor de los que serán herederos de la salvación? “Hebreos 1:14
La casita de María estaba ubicada en una zona desolada y, de alguna manera, peligrosa. Tenía paredes de ladrillo y una puerta bien asegurada. Aunque faltaba el contrapiso y los mosaicos, ¡qué feliz se sentía María en su casa!
Había empezado a leer la Biblia y a asistir a los cultos cada semana, pero había un problema: su esposo no quería saber nada con la Iglesia Adventista, y menos aún que su esposa y sus hijos fueran a las reuniones en el templo. Cada vez que María cargaba a su bebita y tomaba de la mano a su hijo Samuel para ir al culto, el esposo estallaba en cólera. Gritaba y la amenazaba.
Ese miércoles de noche se enfadó mucho y se puso a vociferar, diciéndole:
-Si vas a ese culto, dormirás en la calle. Te voy a trancar la puerta.
María, silenciosamente, caminó hacia la iglesia. Allí cantó, oró y escuchó atentamente la predicación. Su pequeño Samuel le decía:
—Mamá, vámonos, mi papá nos va a cerrar la puerta.
-Tranquilo, hijo, no va a pasar nada -contestaba muy serena María.
Al volver a casa, María metió la llave en la cerradura, dio una vuelta, pero la puerta no se abrió. En el interior, su esposo había cavado un hoyo en tierra y había atravesado una barra que aseguraba la puerta para que no se abriera. Samuel sollozaba:
-¿Ves, mamá? ¡Vamos a dormir en la calle!
—Tranquilo, hijo, vamos a orar. ¡Vamos, arrodíllate!
María acomodó a la bebita en su espalda y oró. Le pidió a Dios que abriese la puerta para que ella pudiera entrar con sus niños. Cuando terminaron la oración, se pusieron de pie y María volvió a meter la llave. La cerradura cedió y la puerta se abrió suavemente. Muy silenciosamente entraron y se acostaron.
Al día siguiente el esposo, confundido, preguntaba una y otra vez:
-¿Por dónde entraste, María?
-Por la puerta —respondía María.
-¡No puede ser, no puede ser! Mira, todavía tiene la tranca puesta.
-No lo sé, yo oré con Samuelito allí afuera y la puerta se abrió.
Atónito, no dejaba de exclamar:
-No entiendo cómo has podido entrar anoche, no lo entiendo.
María sí entendía. Ella estaba segura de que su ángel había abierto la puerta.
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