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martes, 27 de marzo de 2018

Matutina de Adultos : Marzo 27, 2018

La fe es puesta a prueba


Sadrac, Mesac y Abed-nego respondieron al rey Nabucodonosor, diciendo: “No es necesario que te respondamos sobre este asunto. Nuestro Dios, a quien servimos, puede librarnos del horno de fuego ardiente; y de tus manos, rey, nos librará”». Daniel 3: 16-17


NABUCODONOSOR, REY DE BABILONIA, levantó una estatua majestuosa de 27 metros de altura por casi 3 metros de ancho en la llanura de Dura. La erigió como un instrumento de adoración y símbolo de su poder como rey. Fijó un día para la dedicación e invitó a los gobernantes de las provincias del país, además del pueblo. Sadrac, Mesac y Abed-nego eran parte de los invitados especiales, porque eran los jefes de los negocios de la provincia de Babilonia. Tenían que estar en la comitiva de la dedicación junto con otros funcionarios del país. La orden era postrarse y adorar a la estatua cada vez que sonaran las bocinas y todo instrumento de música. El que no lo hiciera, sería quemado en el horno de fuego.

Cuando llegó el momento y se dio la orden, todos los asistentes se postraron para adorar, menos Sadrac, Mesac y Abed-nego. La orden contradecía sus creencias. No adoraban a otros dioses, salvo al Dios del cielo, y anhelaban ser luz en un mundo lleno de creencias falsas. Así que no los condenaron por una mala administración en los negocios, sino por mantenerse fieles a su conciencia.

Esos jóvenes tomaron una gran decisión. Confiaban en que Dios podía librarlos, pero si decidía no hacerlo, aun así seguirían fieles a él. Nabucodonosor se enfureció y mandó a calentar el horno siete veces más de lo acostumbrado. Buscó a los hombres más fuertes y vigorosos de su ejército para que ataran a los tres hombres y los echaran al horno ardiente. El horno estaba tan caliente, que las llamas mataron a los hombres que los arrojaron. Sin embargo, los tres hombres fieles fueron librados poderosamente. Jesús caminó con ellos en medio del fuego y salieron ilesos. Las llamas no tocaron sus cuerpos.

Concluyo con estas palabras inspiradoras: «En el día del Señor el humo y las llamas no tendrán poder para dañar a los justos. Los que estén unidos al Señor escaparán ilesos. Terremotos, huracanes, fuego e inundaciones no pueden dañar a quienes están preparados para encontrarse con su Salvador en paz» (Alza tus ojos, p. 259).

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