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jueves, 25 de enero de 2018

Matutina de Jovenes : Enero 25, 2018

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«Llámame y te responderé, y te anunciaré cosas grandes y misteriosas que tú ignoras». Jeremías 33: 3


EN ABRIL DE 2005 RECIBÍ el llamado de la Asociación del Norte de Botsuana para servir en el distrito sur de Maun. Estaba muy emocionado, así que pre paré las maletas, dejé la ciudad y emprendí el viaje de diez horas en autobús. Al llegar, en la parada me recibió Sebinang Samanya, un veterano pastor que me dijo: «Ke a go amogela ngwanaka» que significa: «Te doy la bienvenida, hijo mío». En su voz había dulzura y ternura. Conocía a este pastor, pues era contemporáneo de mi padre, aunque mucho mayor que él.

El pastor Samanya se jubilaría aproximadamente seis meses, pero ahora yo estaba bajo su dirección como pastor interino. Me enseñó cómo visitar los hogares y dirigir reuniones; sin embargo, lo más importante fue que me enseñó qué es la oración. Mi padre y mi madre, así como las maestras de Escuela Sabática, me habían enseñado a orar cuando era un niño, pero el pastor Samanya tenía una manera especial de hablar con Dios. Allí donde encontrábamos desafíos, me llamaba aparte y oraba; a veces incluso me levantaba durante la noche, una costumbre que he mantenido hasta hoy. Llegó el momento en que aquel experimentado pastor debía jubilarse, y yo seguí con determinación los consejos que me había dado. Una mañana, tomé mi Biblia y fui de casa en casa compartiendo las buenas nuevas de la salvación y orando por los demás. Había visitado ya cuatro hogares cuando llegué a la casa de Omphitlhetse.*

Omphitlhetse era un niño de seis años que hacía dos días que no iba a la escuela porque no se encontraba bien y los medicamentos no surtían efecto. Cuando su madre, preocupada, nos explicó el problema, le pregunté si podíamos orar por el pequeño, a lo que generosamente accedió. Tomé al niño en mis manos, apreté su cuerpecito contra el mío y oré. Después de la oración, los ojos del niño brillaban. Pidió comida a su madre y en un santiamén estaba listo para ir a la escuela.

Me quedé asombrado ante lo que Dios había hecho: Jesús había sanado a Omphitlhetse.

Dios hace maravillas. Simplemente cree; él está a tan solo una oración.

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