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viernes, 3 de marzo de 2017

Matutina de Damas : Marzo 3, 2017

Con Hambre De Dios


«¿Por qué gastáis el dinero en lo que no es pan y vuestro trabajo en lo que no sacia?» (Isaías 55: 2).


Mi corazón estaba hambriento. Yo estaba sola, casi siempre desanimada. Buscaba algo que llenara el vacío que estaba experimentando. Muchas veces me entregaba a la comida, al chocolate, a los helados; a cualquier cosa que aliviara mi vacío. Esas cosas solo me daban una satisfacción momentánea. Pronto la soledad, el desánimo y el hambre de algo más regresaban. Entonces leí en la Biblia: «Comed de lo mejor y se deleitará vuestra alma con manjares» (Isa. 55:2).
Come lo mejor. Deléitate. Yo sabía que Dios no solo estaba diciéndome que comiera alimentos saludables. Era algo más que eso. No se trataba de mi alimentación. Él sabía lo que yo sentía. Él sabía qué podía llenar el vacío de mi corazón: ser amada y aceptada tal como soy. Yo anhelaba sentirme conectada y formar parte de algo más grande que yo. Quería sentirme querida.
«Con amor eterno te he amado» (Jer. 31: 3).
«Te puse nombre, mío eres tú» (Isa. 43: 1).
Estoy segura de que Dios me ama. Siempre lo he sabido. Fue precisamente su amor lo primero que me atrajo de él. Cuando era niña y supe que Dios me amaba tal como yo era, decidí dedicarle mi vida. Pero cuando crecí, perdí esa fuerte convicción de que Dios me ama. Sé que él envió a Jesús para que muriera por mí, pero esa convicción de su amor se pierde cuando comienzo a pensar en mí misma y en todo aquello que necesito cambiar y mejorar. ¿Cómo puede Dios amarme, si yo misma no me amo?
Mi hambre no es de chocolate, galletas o helado. Mi hambre es de aquello que Dios me ofrece: un amor poderoso, que me acepta, que siempre está ahí, que es transformador e incondicional. Es un amor que satisface. Necesito escucharlo a él, y no al enemigo que me dice que soy indigna, que no soy nadie, que soy demasiado mala para ser perdonada nuevamente, y que no soy amada. Necesito alimentar mi corazón con esta verdad que me recuerda quién es él y quién soy yo en él: «Que habite Cristo por la fe en vuestros corazones, a fin de que, arraigados y cimentados en amor, seáis plenamente capaces de comprender [ . . . ] la anchura, la longitud, la profundidad y la altura, y de conocer el amor de Cristo, p ara que seáis llenos de toda la plenitud de Dios» (Efe. 3: 17-19). Solo así mi corazón estará satisfecho.

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