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viernes, 30 de septiembre de 2016

Matutina de Adultos: Septiembre 30, 2016

“NADIE DIJO QUE SERÍA FÁCIL”


«Después de anunciar el evangelio a aquella ciudad y de hacer muchos discípulos, volvieron a Listra […], confirmando los ánimos de los discípulos, exhortándolos a que permanecieran en la fe y diciéndoles: “Es necesario que a través de muchas tribulaciones entremos en el reino de Dios”». Hechos 14: 21, 22



AL LEER EL LIBRO de Hechos, uno cae en la cuenta de que hasta los amigos de Jesús sufren. O quizá la «publicidad veraz» signifique que debemos admitir que sufren especialmente los amigos de
Jesús. A mí me gustaría que el médico Lucas hubiera omitido «tribulaciones» en nuestro texto de hoy. Pero lo incluyó; porque que a uno le confíen la misión de mayor trascendencia en este mundo exige un precio, un precio muy alto.

En un aeropuerto de Denver me fijé en dos hombres con atuendo de clérigos. Me acerqué, pero hablaban un idioma desconocido. Por último, el rabino se marchó.

-¿En qué idioma hablaban ustedes? —pregunté al que llevaba alzacuellos.
—Somos rumanos —contestó.
—Yo también soy pastor —le dije.
—¿De qué iglesia?
—Soy adventista del séptimo día.
—Oh, conozco a adventistas del séptimo día. —dijo sonriendo el clérigo— Los conocí en la cárcel. En realidad, estuvimos juntos en la cárcel.

Resulta que me encontraba conversando con el conocido pastor luterano y autor Richard Wurmbrand, que había sido encarcelado por su fe en la Rumanía comunista. Yo tenía su libro Sermons in Solitary Confinement [Sermones en confinamiento solitario] en mi biblioteca.
—Los conocí a ustedes los adventistas en la cárcel. Bueno, ¡Ustedes hasta diezmaban allí!
Me pareció algo raro que anunciaran su práctica del diezmo a los demás presos.

—Todos los días recibíamos un trozo de pan de corteza dura. Pero cada décimo día los adventistas daban su pan a otro preso hambriento. —Sí —prosiguió —y siempre sabíamos cuándo había llegado el séptimo día cuando los oíamos a ustedes los adventistas gritar.

Me pareció raro que los adventistas anduvieran gritando: «Ha llegado el sábado» a todos los presos.
—Sabíamos que era sábado cuando escuchábamos a los adventistas gritar en medio de la paliza que les daban por negarse a trabajar ese día.

Diezmar su pan y gritar en medio de sus palizas sabáticas… Nadie dijo que la misión de los elegidos sería fácil. Pero ahora que yo conocía su historia, Dios me ayudó a ser tan fiel en mi testimonio como mis hermanos eran en los suyos. Después de todo, ¿No es esa nuestra misión?

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