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martes, 16 de agosto de 2016

Matutina de Menores: Agosto 16, 2016

PREPARADOS PARA LA MISIÓN


Y el niño crecía, y se fortalecía en espíritu; y estuvo en lugares desiertos hasta el día de su manifestación a Israel. Lucas 1:80.



Durante los siguientes nueve meses después de dejar el Templo, Zacarías no pudo emitir sonido alguno. Lo más probable es que el tiempo haya pasado lentamente, mientras Elisabet, embarazada,
caminaba como un pato alrededor de la casa, intentando comunicarse con su marido que no podía decir nada.

Por fin, Elisabet tuvo a su hijo. Sus amigos y familiares se acercaron para felicitarlos. Después de todo, tener un bebé era un gran evento para cualquier mujer judía, pero para Elisabet, que tenía unos sesenta años, era una tremenda experiencia de pura alegría.

En aquellos días era importante continuar con los nombres familiares. Todos comenzaron a preguntar al padre el nombre del bebé. Zacarías hizo señas a alguien para que le trajera una tablilla. Luego, en letras grandes e intensas escribió: “Su nombre es Juan”. Mientras todos se estaban preguntando por la razón de esta elección, de pronto la lengua de Zacarías se soltó y, bajo la inspiración del Espíritu Santo, prorrumpió en una impresionante poesía profética hebrea. Se la llama “La canción de Zacarías”.

Hacia el final de esta maravillosa alabanza profética, el anciano sacerdote bajó la mirada hacia su pequeño hijo y dijo: “Y tú, niño, profeta del Altísimo serás llamado; porque irás delante de la presencia del Señor, para preparar sus caminos” (Lucas 1:76).

Como Juan era el mensajero para preparar el camino para Jesús, su vida tenía que ser un testimonio viviente de temperancia. Nunca tenía que beber vino o bebidas fuertes, y las ropas sencillas que usaría mostrarían a otros, que siempre estaban vestidos con suntuosas ropas finas, cuán lejos estaban de la piedad.

Mientras Juan crecía, evitaba las multitudes rápidas y libertinas, que estaban constantemente sucumbiendo a las tentaciones seductoras y a los placeres pecaminosos que atraían a los ojos, los oídos y el tacto. Este es el mismo tipo de dominio propio que necesitarán los mensajeros que preparan el camino para la segunda venida de Jesús.

Al igual que Jesús. Juan no asistió a las escuelas de los rabinos; esto no lo habría ayudado a prepararse para su importantísima misión, en lugar de ello, se fue al desierto.

“Dios no lo envió a los maestros de teología para que aprendiese a interpretar las Escrituras. Lo llamó al desierto, para que aprendiese de la naturaleza, y del Dios de la naturaleza” (El Deseado de todas las gentes, p. 76).

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