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domingo, 14 de agosto de 2016

Matutina de Menores: Agosto 14, 2016

CUANDO TU HIJO ES EL HIJO DE DIOS


Bienaventurados los perfectos de camino, los que andan en la ley de Jehová. Salmo 119:1.



Aunque no tenemos ningún registro de Jesús haciendo algún milagro mientras crecía, el toque de su amor se sentía doquiera que él andaba. Cada vez que veían sufrimiento en la gente o los animales,
estaba listo para ayudar.

Podrías pensar que Jesús le caía bien a todos en Nazaret, pero este no era el caso. Algunos lo evitaban, porque su vida dulce y pura los hacía sentir incómodos. A otros de su misma edad les gustaba estar con él porque era tan brillante y alegre, y siempre tenía algún consejo útil. Pero, algunas veces eran impacientes con él porque no los seguía en sus rudos caminos. Cuando los jóvenes lo instaban a ir con ellos a algún lugar cuestionable o comenzaban a contar historias impuras, no consentía en eso ni por un minuto. Quizá lo acusaban de ser demasiado “santurrón”.

Pero, Jesús siempre sonreía y respondía “Escrito está”, y luego citaba alguna promesa bíblica, tal como la de nuestro versículo para hoy.

Pero, de todos aquellos que le hicieron pasar un mal rato, ninguno se puede comparar con sus hermanos y hermanas. José había estado casado antes, y estos niños de él, mayores, sentían que Jesús debía obedecerles. Esperaban que Jesús hiciera exactamente lo que ellos le decían cuando se lo decían.

Jesús amaba a sus hermanos y hermanas, pero sus sugerencias mayormente estaban basadas en el egoísmo y el orgullo, y simplemente no podía consentir en ello. Querían que siguiera todas las reglas de los rabinos, y Jesús no podía encontrar ninguna afirmación de Dios sobre tales reglas. Lo molestaban, se burlaban y hacían la vida miserable a Jesús en la casa, pero él siempre se mantenía alegre.

En el fondo de su corazón, María sabía que Jesús era el Mesías tan esperado, pero tenía miedo de decirlo, considerando que esto haría que su joven vida fuera aún más dura. Veía cómo lo trataba la gente, y sufría junto con él.

María estaba deseosa de dar a Jesús la mejor preparación. “Los hijos y las hijas de José sabían esto, y apelando a su ansiedad, trataban de corregir las prácticas de Jesús de acuerdo con su propia norma” (El Deseado de todas las gentes, p. 69).

Pero Jesús había encontrado el camino a la felicidad al caminar en la Ley de Dios. Encontró tanto consuelo, paz y gozo allí que no aceptaría nada más.

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