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lunes, 1 de agosto de 2016

Matutina de la Mujer: Agosto 1, 2016

ESPEJITO, ESPEJITO MÁGICO


“Cada uno piense de sí con moderación, según los dones que Dios le haya dado junto con la fe” (Rom. 12:3).



DOS CEROS DISCUTÍAN sobre cuál de los dos valía más. Uno era alto y delgado; el otro bajito y regordete, y cada uno se sentía superior al otro. Un tercer número que los estaba escuchando, les dijo: “Ustedes dos valen lo mismo, nada”.* Fin de la discusión. Hay argumentos que son aplastantes. Como aplastante es la necesidad de damos cuenta de que nadie es más que nadie.

El autoengaño no es nada nuevo, aunque siga estando de moda. Ya las milenarias palabras de la Biblia señalan que no hay nada más engañoso que el corazón, quién podrá comprenderlo (ver Jer. 17:9). Desde luego, es muy difícil. Y una de las razones por las que es tan difícil es porque tenemos un concepto demasiado elevado de nosotras mismas. Es la naturaleza humana (bueno, la naturaleza humana pecaminosa, maticemos).

Los psicólogos llaman “superioridad ilusoria” a esa incapacidad que tenemos de reconocer nuestra incompetencia, que nos conduce a valoramos en más de lo que valemos. Dicho en palabras sencillas, tendemos a considerar nuestros talentos, virtudes y capacidades de manera excesivamente favorable y, lo que es peor, no nos damos cuenta de ello. Sobre esto hay numerosos estudios; está más que comprobado que sufrimos un pequeño problema de autopercepción. ¡Y qué problema! Desde el punto de vista espiritual, es letal, porque el meollo de la vida espiritual es mantenernos siempre creciendo, aprendiendo, acercándonos más a Dios, siendo más amigos de Jesús y más hermanos de nuestros hermanos.

En términos espirituales no puede existir eso de “yo valgo más” o “yo soy mejor”; equivaldría a la muerte de la vida cristiana. Lo que sí existe (o debiera existir) es una actitud constante de estar alerta, conscientes de que tendemos al autoengaño, al orgullo y a formamos opiniones demasiado elevadas de nosotras mismas.

¿En qué espejo nos estamos mirando? Quizá sea eso lo que falla. El espejo del egocentrismo da un mensaje engañoso, pero mirando a Cristo obtenemos un reflejo realista de lo que somos. Nuestro Maestro era la personificación de la humildad, ¿seremos nosotras, sus alumnas, conocidas por lo contrario?

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