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viernes, 12 de agosto de 2016

Matutina de Adultos: Agosto 12, 2016

«DADME LA BIBLIA»


«Jesús les preguntó: “¿Nunca leísteis en las Escrituras: ‘La piedra que desecharon los edificadores ha venido a ser cabeza del ángulo. El Señor ha hecho esto, y es cosa maravillosa a nuestros ojos’”?». Mateo 21: 42



UNA ACUSACIÓN QUE NADIE podría haber hecho de Jesús es que fuera vago en cuanto tanto a la autoridad como a la veracidad de las Sagradas Escrituras. Diez veces en los Evangelios sondea a sus
oyentes ya sea con «¿No habéis leído?» o «¿Nunca leísteis?». Y esos diez retos interrogativos tenían que ver con la lectura de la Biblia. Casi se puede oír su asombro y desconcierto de que sus oyentes no hubieran leído esos pasajes.

Veinte veces en los mismos Evangelios se encuentran en los labios de Cristo las palabras «Escrito está». No es de extrañar que René Pache pudiera declarar: «Podemos decir con toda reverencia que Jesucristo estaba casi saturado con las Escrituras, que él conocía “sin haber estudiado” (Juan 7: 15). La décima parte de sus palabras fue tomada del Antiguo Testamento. En los cuatro Evangelios, 180 de 1.800 versículos que documentan sus discursos son citas de la revelación escrita o bien alusiones directas a la misma» (citado en Norman Gulley, Systematic Theology: Prolegomena, p. 381).

Pero Cristo no solo citó el Antiguo Testamento —la única Biblia de su época— y aludió a él. También fue inequívoco a la hora de mantener su fiabilidad histórica. Norman Gulley enumera 23 incidentes del Antiguo Testamento cuya historicidad Jesús confirmó, desde la creación de Adán y Eva, al asesinato de Abel, a Noé y el diluvio, a la destrucción de Sodoma, al Decálogo, a la profecía de Daniel, etcétera: 23 acontecimientos del Antiguo Testamento cuya precisión histórica y veracidad confirmó. Gulley concluye: «Dado que Jesucristo es la autoridad infalible, su valoración de las Escrituras debe ser parte de esa autoridad infalible» (ibíd.).

Por esa razón, es imprescindible que los elegidos no se dejen engatusar para llegar a la conclusión de que la Palabra de Dios no es el fundamento fiable y cargado de autoridad de la verdad divina para la humanidad que Jesús declaró que era. «La opinión de Cristo era que la Palabra de Dios es tan imperecedera como el Dios de la Palabra» (ibíd., p. 379). Por eso mantengamos siempre en nuestra mente las palabras del famoso himno:

«Dadme la Biblia, santa y clara nueva Luz del camino angosto y celestial Regla y promesa, ley y amor unidos Hasta que rompa el alba eternal».

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