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viernes, 1 de julio de 2016

Matutina de Menores: Julio 1, 2016

DESTRUIDOS DESDE ADENTRO


Pero así dice Jehová a la casa de Israel: Buscadme, y viviréis. Amós 5:4.



Los ninivitas paganos se arrepintieron ante la predicación de Jonás, pero el propio pueblo de Dios rehusó escuchar a los profetas que le enviara. Se aferraron a sus ídolos; al igual que muchos hoy en
día, que creen que hay algo mejor en el mundo. Las mismas personas que, supuestamente, debían mostrar a los paganos el camino correcto para vivir, se iban hundiendo cada vez más y más.

Era un momento desesperante en la historia, y Dios llamó a un pastor de ovejas, de la parte sur del reino de Judá, para ir a predicar al pueblo de Israel que vivía en el norte.

El Señor no pudo haber elegido a un hombre mejor para llamar su atención y advertirles. Amós era un predicador ardiente, poderoso, franco. Llegó a la capital de la ciudad de Samaria para predicar algunos de los sermones más contundentes registrados en la Biblia. Cuando terminó de hablar, a nadie le quedó dudas sobre lo que estaba diciendo.

Vestido con sus rudas ropas de pastor, Amós sobresalía en agudo contraste con los ricos, que estaban vestidos de seda.

Ellos se volvieron y susurraron:

“¡Miren a ese pueblerino que ha venido a la iglesia!”

Estas eran las personas que, afirmando ser criaturas especiales de Dios, se enredaban en escándalos y en engaños. Su tipo de idolatría era de la peor: se adoraban a sí mismos.

Amós no tuvo pelos en la lengua. Llamó “vacas” a los hombres y a las mujeres ricos, haraganes y amantes del lujo. Y advirtió a todos los que estaban satisfechos consigo mismos que se prepararan para encontrarse con Dios. Pero la predicación de Amós, aunque terriblemente incisiva y con súplicas para volverse a Dios, no hizo efecto en el pueblo.

Después, Dios envió a un hombre joven de nombre Oseas, y todavía el pueblo se negó a escuchar. Con lágrimas cayendo por su rostro, por medio de este profeta Dios dijo: “Mi pueblo fue destruido, porque le faltó conocimiento” (Oseas 4:6). Los israelitas sabían cómo hacer dinero, cómo engañar y sobornar, ¡pero no tenían el conocimiento de Dios!

Como el pueblo persistió en sus caminos, llegó un momento en que fue demasiado tarde; no había nada más que Dios pudiera hacer por su pueblo. Oseas tuvo que escribir que el pueblo estaba “dado a ídolos” (vers. 17); tendría que dejarlos en paz, para que sufrieran las consecuencias. Justo después de esto, los asirios arrasaron con todo y se llevaron al pueblo en cautividad. El reino del norte había estado yendo cuesta abajo, y ahora había caído completamente.

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