Buscar...

jueves, 14 de julio de 2016

Matutina de Adultos: Julio 14, 2016

“LA MÁSCARA”


«Jesús comenzó a hablar, dirigiéndose primero a sus discípulos: “Cuídense de la levadura de los fariseos, es decir, de su hipocresía. Porque no hay ningún secreto que no llegue a descubrirse, ni nada escondido que no llegue a saberse”». Lucas 12: 1, 2, DHH.



EN CIERTA OCASIÓN un equipo pastoral al que yo pertenecía fue a un retiro espiritual. Una noche, en una de las habitaciones del motel, tres de nosotros, bastante inocentemente, nos metimos en una
conversación bastante dolorosa (para mí sobre la transparencia y la vulnerabilidad. Y, dado que yo dirigía aquel intercambio de pareceres, mis dos colegas empezaron a sonsacarme con suavidad y amabilidad por qué yo no era más transparente personalmente con el grupo. ¿Por qué no compartía con ellos algunas de las luchas dolorosas que experimentaba como padre? ¿Por qué tenía que proyectar una imagen de tenerlo todo atado cuando, de hecho, no lo tenía? ¿Por qué no presentaba más un modelo de fracaso, dando permiso que los demás hicieran lo mismo?

Cuando terminó la velada, mis dos amigos y yo sabíamos que era preciso que lo que habíamos compartido fuera experimentado por todo el equipo. Así que al día siguiente nos apiñamos como una pequeña comunidad y nos lanzamos a una introspección colectiva. Hubo lágrimas, naturalmente. Y también confesiones. Y oraciones, muchas. Pero, remontándome a aquel momento, ahora me doy cuenta de que fue un catalizador vital, un paso necesario (e incluso necesariamente doloroso) para un grupito en busca de la comunidad que Jesús vino a construir. Él avisó que no podíamos ocultarnos indefinidamente detrás de una máscara.

Unas semanas después, me topé con estas palabras de Henri Nouwen: «La mejor cura para la hipocresía es la comunidad». De hecho, ¿hay otra cura para nuestra propensión a tener dos caras? ¿Qué puede mantener mejor nuestra sinceridad con nosotros mismos, sobre nosotros mismos, que un círculo de colegas en el pecado salvados por la gracia? Si tú y yo podemos adquirir el compromiso de amarnos mutuamente en Cristo con independencia de lo que pudiéramos descubrir el uno del otro, ¡qué apertura liberadora y que transparencia descubrimos! No hace falta que sigamos fingiendo cuando estemos cerca, porque aprendemos que podemos tenernos confianza mutua.

Y, ¿qué ocurre en los círculos en los que vives y te mueves y trabajas y estudias? ¿Podría ser que los demás estén aguardando a que tú des el primer paso y avances hacia la vulnerabilidad y la transparencia? ¿Un paso demasiado doloroso? Pero, por evitarte el dolor, ¿de verdad estás dispuesto a sacrificar la libertad llena de gozo de una comunidad de genuino «mutualismo»? No si supieras cuán verdaderamente bendito es el don de «venir a la unidad» por cuya obtención murió Jesús. Confía en mí: ¡se merece todas las penas!

No hay comentarios.:

Publicar un comentario