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lunes, 13 de junio de 2016

Matutina de Menores: Junio 13, 2016

CORTANDO EL AGUA CON UN PROPIO


Echad de vosotros todas vuestras transgresiones con que habéis pecado, y haceos un corazón nuevo y un espíritu nuevo. ¿Por qué moriréis, casa de Israel? Ezequiel 18:31.



De un lugar apartado del país, más allá del Jordán, desde las montañas de Galaad Elías el tisbita bajó hacia Samaria para entregar un mensaje de Dios que haría que se estremecieran los oídos del malvado
rey Acab. Sus sandalias embarradas sonaban sobre el frío mármol del corredor decorado, mientras pasaba rápidamente la guardé. Abriendo de par en par la puerta de la sala del trono, irrumpió ante la presencia del R&’ sin una invitación y sin ser anunciado.

“Vive Jehová Dios de Israel, en cuya presencia estoy, que no habrá lluvia ni rocío estos años, sino por mi palabra” (1 Reyes 17:l).

Las palabras del profeta se cumplieron inmediatamente. Al principio no era lipiria, pero después de unos pocos meses sin rocío ni lluvia, la vegetación, naturalmente comenzó a secarse.

Elías tenía que ejercer mucha fe para entregar su mensaje. Hasta ese momento, en cada lugar que miraba, la naturaleza era verde y frondosa. Los arroyos que siempre fluían y las colinas arboladas parecían estar muy lejos de llegar a marchitarse.

Cuando las cosas empezaron a languidecer, la reina Jezabel estaba furiosa. No perdió tiempo en convocar a una reunión de comisión con los sacerdotes de Baal’ Juntos, maldijeron a Elías y votaron con unanimidad oponerse desafiantemente 9 Dios del cielo.

Pasó un año, luego dos… y todavía no había agua. Hacía mucho tiempo que las hojas y las flores habían caído de los árboles y, con ellas, cualquier esperanza de un fruto. El pasto se secó y murió el ganado. El pueblo perecía. Así y todo, los israelitas rehusaba!1 darse cuenta de por qué todo esto estaba ocurriendo.

Dios no estaba interesado en verlos sufrir, pero estaba profundamente interesado en liberarlos de su idolatría insensata y volver sus mentes a él, el gran Dador de toda vida. Para recuperar su fe perdida, tenía que llamarles la atención trayéndoles una gran aflicción. Sus corazones obstinados no cederían de ninguna otra manera

El Señor había prometido todo ese tiempo que, cuando su pueblo se humillara y volviese a él, entonces gustosamente les daría las bendiciones del cielo y “sanaría su tierra” (2 Crónicas 7:14).

“Con el fin de obtener este resultado bienaventurado, Dios continuaba privándolos de rocío y lluvia, hasta que se produjese una reforma decidida” (Profetas y reyes, p. 93)

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