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lunes, 30 de mayo de 2016

Matutina de Menores: Mayo 30, 2016

RUGIENDO POR LA PRESA


Sed sobrios, y velad; porque vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar. 1 Pedro 5:8



Un león hambriento nunca se sienta y espera por su presa. Va buscando, cazando con una terrible ferocidad, merodeando con el único propósito de encontrar algo para comer. El diablo maneja su
trabajo de destrucción de la misma manera. Justo cuando pensamos que estamos seguros como cristianos, desciende rugiendo sobre nosotros.
Esto es exactamente lo que le pasó al rey David. Se sintió seguro. Había conquistado a todas las naciones tan al norte como el rió Éufrates y tan al sur como Egipto. El reino de Israel había cumplido la promesa dada a Abraham. El pueblo que una vez fue esclavo ahora era respetado y temido por las naciones circundantes.
El Rey David se aseguró en el trono y dominó todo el reino. Su pueblo lo admiraba y confiaba en él como su líder. Todo era paz, calma y prosperidad. Ya no había grandes guerras, ni negocios que presionaran. ¡Cuidado David!

El diablo tiene mayor éxito si  viene a nosotros cuando estamos sin mucho que hacer.

 Antes de que supiera lo que había pasado, David vio a una mujer muy hermosa y la quiso para él. El problema era que Betsabé ya era la esposa de otro hombre. Urías que no sabía nada sobre este asunto amoroso. Porque estaba en el frente, con el ejército protegiendo las amplias fronteras de Israel.
Una vez que David se salió con la suya con el pecado, el diablo realmente rugió. David entró en pánico. Tenía miedo de que Urías lo descubriera, así que el Rey siguió las terribles sugerencias del diablo de deshacerse de aquel buen hombre.
Urías entregó su propia orden de muerte. El Rey lo envió al capitán Joab, que estaba en la frontera, con una carta sellada que le indicaba que pusiera a Urías bien al frente de la batalla y que, de pronto, se retiraran, de manera que el soldado desprevenido fuera asesinado. Parecería que murió en el curso normal de la batalla.
Cuando David recibió la noticia de que Urías estaba muerto, pensó que estaba libre para casarse con Betsabé y que nadie, excepto Joab, notaría la diferencia. Pero el pecado, al igual que tanta mugre en el fondo de una tetera, tiene una forma de hervir hasta la superficie de manera que todos la ven.
Y finalmente, junto con el triste espectáculo, viene la terrible culpa.

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