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jueves, 11 de febrero de 2016

Matutina de Adultos: Febrero 11, 2016

UNA CABEZA DE PLAYA, NO UNA FRONTERA


<<El rey Darío firmó este decreto […]: “Que en todo lugar de mi reino la gente adore y honre al Dios de Daniel. Porque él es el Dios vivo, y permanece para siempre. Su reino jamás será destruido, y su dominio jamás tendrá fin”>>. Daniel 6: 25,26, NVI



ES UN JOVEN EXILIADO matriculado en una universidad gentil, lejos, muy lejos de casa. Y, nada más matricularse en este internado, tiene que elegir: ¿Sigo a la mayoría en esta ciudad universitaria o sigo a Dios? No siempre es una elección fácil, según he observado en mis años en una ciudad universitaria. Pero Daniel adopta la decisión acertada: Honraré al Dios de mis antepasados y obedeceré los mandatos del Deuteronomio para los elegidos, y no contaminaré mi cuerpo comiendo lo que comen ni bebiendo lo que beben en esta universidad. Soy elegido, y elijo vivir como han de vivir los elegidos (ver Dan. 1).
Y el resto es historia: la historia de cómo, partiendo de una elección aparentemente intranscendente de ser fiel a lo que algunos considerarían un detalle menor de la voluntad de Dios, la vida de Daniel fue catapultada a la prominencia política y nacional, hasta que por fin se convierte en el consejero de más confianza de tres monarcas gentiles, que abarcaron dos imperios globales.
Más allá del obvio de que Dios bendice a los que lo honran, ¿qué acontece en este ascenso meteórico a la influencia y la posición para el joven exiliado? A Daniel le ocurrió lo que a Salomón: Dios no está interesado en hinchar el orgullo de un joven, pero está apasionadamente comprometido con bendecir a un joven que está dispuesto a cumplir la misión del cielo, alcanzar todo un mundo con el ofrecimiento de salvación divina. Y, a diferencia de Salomón, Daniel nunca titubea en toda su vida, ganándose así las humildes confesiones de dos de los tres reyes gentiles en el sentido de que el Dios de Daniel, el Dios de Israel (el elegido), es verdaderamente el gobernante supremo del cosmos. ¡Vuelve a leer la asombrosa confesión de fe del rey gentil Darío en nuestro texto de hoy!
Me gusta la forma de que Derek Kidner, en su comentario sobre Salmos, describió en una ocasión la misión de Israel como elegido de Dios: <<Su nacioncita era su cabeza de playa, no su frontera>>. Israel nunca fue suscitado para que encajonara las bendiciones sobrenaturales de Dios dentro de sus propias fronteras. Antes bien, los elegidos siempre han sido llamados a convertirse en una cabeza de playa divina en un mundo que sigue viviendo detrás de las líneas enemigas. Han de ser una cabeza de playa para Dios, logrando la atención y después ganándose el corazón de los encumbrados y de los humildes, todo en ara de la misión apasionada del Amor.

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