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domingo, 18 de enero de 2015

Matutina de Adultos: Enero 18, 2015

Velad conmigo


«Volvió luego a sus discípulos y los halló durmiendo, y dijo a Pedro: ¿Así que no habéis podido velar conmigo una hora?». (Mateo 26:40)

 

En todo este relato de la oración en el huerto de Getsemaní, hay varias palabras, importantes y altamente significativas: la angustia y tristeza de Jesús, su rogativa al Padre «si es posible, pase de mi esta copa», su sumisión a la voluntad divina «pero no sea como yo quiero, sino como tú», el momento pavoroso cuando «la suerte de la humanidad pendía de un hilo» (El Deseado de todas las gentes, pág 641). Pero yo encuentro una pequeña palabra, exclusiva del relato de Mateo, repetida dos veces, que me parece sensible y muy significativa, «conmigo». «Es tal la angustia que me invade, que me siento morir –les dijo-. Quedaos aquí y permaneced despiertos conmigo» (Mateo 26:38, NVI). Y, por el hecho de encontrarlos dormidos tres veces, negándole la ayuda moral y la compañía que necesitaba de ellos, esa palabra conmigo, incumplida, omisa en la actitud de los discípulos, subraya aún más en el relato la gran soledad de Jesús en Getsemaní, tal como e profeta mesiánico lo había anunciado: «He pisado yo solo el lagar: de los pueblos nadie había conmigo» (Isaías 63: 3).

                Pero hay un Dios en los cielos… cuando nos sentimos solos, sin apoyos humanos, cuando nos ha fallado la ayuda que esperábamos; cuando ni la familia, ni los amigos, ni la iglesia, ni el pastor nos han ayudado a superar nuestra desventura; cuando estamos llevando nuestra pesada cruz solos, en silencio, sangrando por dentro, sin que nadie se percate de ello. Sin que nadie nos ofrezca una mano a la que aferrarnos, un hombro en el que apoyarnos. ¿Cómo pueden guardar silencio y aparentemente ignorar o desentenderse de nuestro dolor nuestros queridos amigos y hermanos?

                Jamás debemos olvidar que Dios conoce nuestro sufrimiento; que jamás estamos solos, que él camina siempre a nuestro lado, detrás de nosotros, extendiendo sus brazos amorosos para sujetarnos si vamos a caer, que podemos comprobar las huellas que va dejando tras las nuestras sobre el terreno que humedecen nuestras lágrimas y que, cuando solo se ven dos huellas, y creemos que nos han abandonado, es porque nos ha tomado en sus brazos…

                ¡No! El señor no se dormirá, como hicieron los discípulos en la noche de la gran aflicción de Jesús. «No dará tu piel al resbaladero ni se dormirá el que te guarda» (Salmo 121:3).

                Abre tu corazón a Jesús en oración. Exprésale tu gratitud y confiésale tus pecados. Guarda silencio y escucha su voz.

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