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jueves, 6 de noviembre de 2014

Matutina de la Mujer: Noviembre 6, 2014

La historia de Bruna (Parte 1)


“Y no angustiarás al extranjero; porque vosotros sabéis cómo es el alma del extranjero, ya que extranjeros fuisteis en la tierra de Egipto”. Éxodo 23:9



Disfrutaba feliz de mi infancia, cuando un día irrumpieron tres personas en el tranquilo vecindario pampeano: Cayetano, Bruna y Pepito, el hijo de ambos. Varia familias compartían un patio y una bomba de agua con respeto y armonía, en la calma de innumerables días, todos iguales, entre tórridos calores y blancas heladas. De pronto, la monotonía se vio alterada por la presencia de tres nuevos vecinos que hablaban en voz alta y “raro”. —Mamá, ¿por qué esa gente habla así? No puedo entender a Pepito —me quejaba yo. —Hablan otro idioma, son italianos. Vinieron por trabajo. Allá hubo guerra —respondía mi mamá.

Y mi cabecita trataba de darle un sentido a aquellas palabras. Cayetano había conseguido trabajo como peón en un campo cercano y, según supe años después, sufría mucho porque le costaba adaptarse. En Italia había sido obrero en una fábrica y el cambio era demasiado grande.

Bruna era una mujer bajita, regordeta, de cabello negro ensortijado y ojos muy celestes, dedicada por entero a su hijo. Un día me acerqué a su casa para jugar con Pepito y ella me hizo dos hermosas trenzas, que remataban en inmensos moños amarillos. Fui corriendo a casa, feliz con mis trencitas, pero a mamá no le gustó “que se metieran” con mi pelo y menos la italiana, con la que no se entendía. Esa actitud también la tenían los demás vecinos.

Bruna estaba siempre seria. Cargaba el agua en un balde grande y pesado y no quería que Pepito jugara conmigo. A esa edad, yo no entendía los motivos y los sentimientos de la gente, como indiferencia o desprecio. Con el tiempo me di cuenta de que el desarraigo es causa de mucho sufrimiento, y la discriminación xenofóbica es un pecado.

El pueblo de Israel había sido extranjero en Egipto y sabía lo que era el desarraigo y la esclavitud. Dios les dio muchas leyes que indicaban igual trato al natural y al extranjero (Lo. 23:9), y seis ciudades de refugio donde el extranjero podía encontrar amparo (Núm. 35:15). Les mandó amar al extranjero (Deut. 10:19) y respetar sus derechos (Deut. 24:17). ¿Cómo tratamos al extranjero? Si fuéramos extranjeros, ¿cómo nos gustaría ser tratados?

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