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martes, 7 de octubre de 2014

Matutina de Menores: Octubre 7, 2014

PATEAR Y GRITAR, O ALABAR A DIOS


« ¡Que todo lo que respira alabe al Señor! ¡Aleluya!» (Salmo 150: 6).



El otro día en el supermercado escuché un ruido que venía de la frutería. Me asomé y descubrí el origen… no podía creer lo que veían mis ojos: una avergonzada mujer luchaba por controlar a un muy enojado y gritón niño de dos años, que estaba en la sillita del carrito de compras. ¿Cómo podía una personita tan pequeña causar semejante escándalo’?, <¡¡¡Juanito necesita un caramelo, Juanito necesita un caramelo!!!», gritaba el niño. «Juanito necesita algo más que un caramelo», murmuré yo, segura de que nadie podía oírme. Pero una señora me dijo: « ¡Amén!».

Me encantan los niños Tengo dos y he dado un hogar a muchos otros a lo largo de los años, pero aquel tirano en miniatura me hizo doler los oídos y la cabeza. Mientras chillaba y se retorcía tratando de salir del asiento, la agobia­da mujer lo acunaba diciendo: «Sé bueno con tía Jenny y siéntate tranquilizo o te vas a caer al piso». No sé qué pensaban los demás, pero para mí que un repentino viaje hasta el piso era justo lo que el dulce Juanito necesitaba. Aho­ra cerraba con fuerza sus puños y le estaba pegando a su tía en la cabeza, la cara y el pecho mientras ella intentaba controlarlo: «Si continúas así, nos iremos a casa sin golosinas». Todos festejamos en silencio mientras la aver­gonzada tía cumplía su amenaza y se iba con su explosivo sobrino.

Por todos lados podemos ver Juanitos chillones y tristes Jennys, y no siem­pre los Juanitos tienen dos años. Los he visto de doce, de veinte y hasta de setenta: patalean y gritan para salirse con la suya. Es más, yo misma he chillado y pataleado. Sin embargo, estoy segura de que tu mamá o tu papá te enseñaron que fintar y patalear solo aumenta tus problemas, nunca los soluciona.

Los hijos y las hijas del Rey de los cielos necesitan aprender esta lección. Dios quiere niños felices, agradecidos y que confíen en él; no quiere niños ca­prichosos y maleducados que patalean y gritan para lograr lo que quieren. Cuando lo alabamos, somos como él desea. Y la alabanza tiene su propia re­compensa: nos hace más felices y saludables.

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