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martes, 23 de septiembre de 2014

Matutina de Adultos: Septiembre 23, 2014

Elena de White en Minneápolis: Deja a Jesús entrar -1


Por esta causa doblo mis rodillas ante el Padre [...] para que [...] seáis plenamente capaces [...] de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios. Efesios 3:14-19.



El énfasis de Elena de White en Minneápolis no fue ninguna enseñanza nueva de algún aspecto de la teología adventista sino, más bien, un llamado al adventismo a ennoblecer y practicar el cristianismo básico. “Mi preocupación durante la reunión era la de presentar a Jesús y su amor ante mis hermanos, porque vi señaladas evidencias de que muchos no tenían el espíritu de Cristo” (Manuscrito 24, 1888; MS 3: 194).

“La fe en Cristo como la única esperanza del pecador ha sido dejada fuera de consideración y excluida no solo de los discursos sino también de la experiencia de muchísimos que dicen creer en el mensaje del tercer ángel. En esta reunión, yo testifiqué que la luz más preciosa había estado brillando desde las Escrituras en la presentación del gran tema de la justicia de Cristo en relación con la Ley. Este tema de la justicia de Cristo debe ser mantenido constantemente delante del pecador como su única esperanza de salvación [...].

“La norma para medir el carácter es la Ley real. La Ley es la que descubre el pecado. Por la Ley es el conocimiento del pecado; pero el pecador es constantemente atraído a Jesús por la maravillosa manifestación de su amor, pues él se humilló a sí mismo para padecer una muerte vergonzosa sobre la cruz. ¡Qué estudio es este! Los ángeles han luchado y anhelado fervientemente entender este maravilloso misterio. Es un estudio que requiere el esfuerzo de la más alta inteligencia humana: que el hombre caído, engañado por Satanás, que se coloca al lado de Satanás en este asunto, pueda conformarse a la imagen del Hijo del Dios infinito; que el hombre pueda ser como Cristo; que, debido a la justicia de Cristo dada al hombre, Dios amara al hombre –caído pero redimido– así como amaba a su Hijo [...].

“Este es el misterio de la piedad. Este cuadro es del más alto valor, y debe ser engarzado en todo discurso, debe ser colgado en los pasadizos de la memoria, debe ser anunciado por los labios humanos, debe ser presentado por seres humanos que han gustado y han visto que Dios es bueno. Esto es algo sobre lo cual debe meditarse; debe ser el tema de todo discurso” (ibíd., pp. 190, 191).

Deja a Jesús entrar; si Elena de White solo pudiera darnos un consejo a partir de las reuniones de 1888, sería este. Decidamos permitirle entrar ahora mismo, antes de levantarnos de esta lectura.

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