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lunes, 11 de agosto de 2014

Matutina de Adultos: Agosto 11, 2014

Rostros viejos: conozcamos a G. I. Butler


Porque siete veces cae el justo, y vuelve a levantarse; mas los impíos caerán en el mal. Proverbios 24:16.



Algunas personas son más duras que otras.

Ese era el caso de George I. Butler, presidente de la Asociación General en 1888. En sus mejores momentos, pudo ser muy honesto consigo mismo. Quizás hizo su autoanálisis más preciso y perceptivo en 1886, cuando escribió: “Yo [...] naturalmente [tengo] [...] demasiado hierro en mi modo de ser”, y no suficiente cantidad del amor de Jesús. “La escuela en la que he tenido que capacitarme para enfrentar cualquier clase de influencia”, agregó, “ha sido muy favorable para mantener el hierro en mí, y hacerme inflexible”.

Ese último comentario quizá nos ayude a entender la “dureza” de muchos de los dirigentes adventistas del siglo XIX. No era fácil conducir a un movimiento pequeño y despreciado, que no brindaba ninguna seguridad terrenal y que prácticamente no tenía instituciones para darle prestigio, en una era en la que el chasco millerita todavía era un recuerdo vivo entre la población en general. Solo los de fuerte voluntad podían triunfar cuando Butler comenzó con sus primeros cargos administrativos. Un hierro era una necesidad, para la mayoría de los pioneros adventistas, antes de que el adventismo llegase a ser una religión más “cómoda” y respetable.

Butler tenía lo que se necesitaba para sobrevivir en una época semejante, pero el precio por pagar había sido el “hierro”. Así, en 1886 se describió como “un poco combativo”. Al percibir, al comienzo de su controversia con Waggoner sobre Gálatas, que era muy beligerante, escribió a Elena de White diciendo que “él quería ser como Jesús: sabio, paciente, amable, de corazón tierno [y] franco”, con “un amor por la justicia y la equidad para todos”. Lamenta el hecho “de que todavía queda demasiada naturaleza humana en mí”, y que “tengo grandes luchas con el viejo hombre”. Butler quería que su naturaleza vieja “muriera, MURIERA TOTALMENTE”.

Sin embargo, ese deseo fue de cumplimiento lento. Con él, como con la mayoría de nosotros, el proceso de santificación en realidad era obra de toda una vida. Al escribir a Kellogg en 1905, el anciano Butler señaló: “Soy un tipo bastante duro, pienso para mí. Usted le dio en la tecla al decir: ‘Razonar con el pastor Butler es lo mismo que razonar con un poste, cuando apuesta a algo’ ”.

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