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domingo, 1 de junio de 2014

Matutina de Menores: Junio 1, 2014

Al mando


«Asi es nuestro Dios por toda la eternidad. ¡Él es nuestro guía eternamente!» (Salmo 48: 14).



Amy, de cinco años, soltó una risita cuando su papá la tomó en brazos y la subió a bordo del Boeing 747. El hombre entregó la niña a la auxiliar de vuelo al mando: «Sue, cuide de mi chica», le dijo. La mujer sonrió: «Lo haré, capitán». Tomó a la pequeña Amy, la llevó hasta su asiento y le abrochó el cinturón de seguridad. «Ahora—le ordenó la auxiliar de vuelo—, debes man­tener tu cinturón abrochado hasta que la luz roja se apague, ¿entendido?»

Poco después de que iniciara el vuelo, la niña sintió sueño. Cuando se ase­guró de que la luz roja se había apagado, Amy se desabrochó el cinturón, se acurrucó haciéndose una bolita y se quedó dormida.
A mitad de camino, cuando sobrevolaban el océano Atlántico, se desató una violenta tormenta. El avión daba tumbos como una cometa al viento. Se veían relámpagos por todas partes. Rápidamente, Sue y los demás auxilia­res de vuelo tranquilizaron a los nérviosos pasajeros garantizándoles que todo saldría bien. El capitán anunció que habría más turbulencias, y pidió a los auxiliares de vuelo que se sentaran en sus asientos. Sue se acordó de la hija del capitán. La niña estaba durmiendo la última vez que había pasado junto a su asiento. Quizás Amy se había desabrochado el cinturón. Cuando Sue llegó al asiento de la niña, Amy todavía estaba dormida. La correa del cintu­rón colgaba por uno de los lados del asiento. La auxiliar despertó a la niña para volver a abrocharle el cinturón. En ese momento, un enorme relámpago cayó justo al lado de la ventana de Amy. La niña dio un salto.
—¿Estás bien? —le preguntó la auxiliar—. ¿Estás asustada?
Amy miró a la mujer, que estaba visiblemente preocupada.
—¿Es mi papá quien pilota el avión?
La auxiliar asintió con la cabeza.
—¡Bien! —dijo la niña. Sonrió, cerró los ojos y se volvió a dormir. Amy confiaba ciegamente en su padre.
Si, al igual que Amy, tú y yo confiamos en nuestro Padre celestial com­pletamente, tampoco sentiremos miedo.

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