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jueves, 5 de junio de 2014

Matutina de Adultos: Junio 5, 2014

La salud del siglo XIX: los buenos viejos tiempos eran terribles -3


Había entre la gente una mujer que hacía doce años padecía de hemorragias, sin que nadie pudiera sanarla. Lucas 8:43, NVI.



Si te hubieses enfermado en el siglo XIX, desde luego no querrías visitar un hospital. Un viaje hasta allí tendía a ser una sentencia de muerte, en una era anterior al conocimiento de los gérmenes y las bacterias. Las epidemias eran visitantes regulares de esas instituciones antihigiénicas, originalmente fundadas para los pobres. Un hospital de la década de 1840 era un lugar de último recurso: un lugar donde caer muerto. La gente de dinero hacía que los médicos la tratasen en su casa.

Lamentablemente, la práctica médica a domicilio no era tan sofisticada. La opinión común acerca de la enfermedad era que los “humores” corporales debían estar desequilibrados. La cura: volver a equilibrarlos. La primera medida, en ese proceso, a menudo incluía purgar algo del exceso de sangre; en muchos casos, una pinta [473 ml] o dos. La purga del cuerpo generalmente seguía a la sangría. Los médicos la hacían administrando drogas poderosas, muchas veces compuestas en parte por mercurio y estricnina, sustancias que ahora sabemos que son extremadamente venenosas.

Pero, en una era en la que se creía que la fiebre, la diarrea y los vómitos eran síntomas de recuperación, esas drogas causaban el efecto deseado de vaciar el cuerpo del exceso de fluidos en forma rápida y violenta. Con razón que la llamaban la era de la medicina “heroica”.

Mientras tanto, la cirugía no era menos heroica, si consideramos que no incluía anestesia. Tan solo recordemos al joven Urías Smith, cuando le amputaron la pierna en la mesa de la cocina sin más anestesia que la mano de su madre. E incluso después de la cirugía, las perspectivas eran pocas, dado el hecho de las condiciones antihigiénicas causadas por el desconocimiento de los gérmenes.

Y ¿qué se requería para ser médico? No mucho. Con haber pasado entre cuatro y ocho meses en una de las fábricas de diplomas, se obtenía un título de Medicina, aun si la persona no había asistido al colegio secundario.

No es de extrañarse que Oliver Wendell Homes declarara que “si toda materia médica como se usa ahora pudiera hundirse en el fondo del mar, sería lo mejor para la humanidad, y lo peor para los peces”.

El hijo de Elena de White, Edson, tenía uno de esos títulos de médico. Él decía, sarcásticamente, de su experiencia, que el médico a cargo “es un villano: la Clínica Higiénico-Terapéutica es una patraña y la vieja fábrica de médicos debe ser arrojada al [río] Delaware”. El error es un asesino.

La verdad nos libera, incluso en el ámbito físico.

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