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lunes, 30 de junio de 2014

Matutina de Adultos: Junio 30, 2014

En busca de la educación adecuada -5


Mejor es adquirir sabiduría que oro preciado. Proverbios 16:16.



El Colegio de Battle Creek, como vimos ayer, no cumplió con las expectativas de sus fundadores. No solo tenía las literaturas y los idiomas clásicos como centro, sino que el estudio de la Biblia y la religión tenían un escaso lugar en la oferta académica; de hecho, no tenía ninguna clase regular de Religión, ni mucho menos las requeridas. Si bien es cierto que Urías Smith cojeaba con su única pierna natural para dar algunas clases optativas polvorientas sobre profecía bíblica, parece que no tenía una gran cantidad de alumnos.

Los catálogos del colegio publicitaban que “no hay nada en los cursos de estudio, o en las reglas y las prácticas de disciplina, que sea confesional o sectario en lo más mínimo. Los cursos bíblicos se dan frente a una clase de aquellos que quieren asistir por elección”. Nuevamente, “los administradores de este colegio no tienen ninguna disposición de estimular puntos de vista sectarios en los alumnos, ni de darles ninguna prominencia a esos puntos de vista en su tarea escolar”. Ese fue el nacimiento de la educación superior adventista del séptimo día.

Pero, empeoró. Brownsberger renunció en 1881, y el colegio lo reemplazó por Alexander McLearn, que llegó a Battle Creek con la ventaja de tener un exaltado título de Doctor en Divinidad… pero la desventaja de no ser adventista, ni siquiera un converso reciente.

Quizá Brownsberger haya comprendido las necesidades de una educación adventista auténtica, pero McLearn ni siquiera comprendía el adventismo. Es posible que haya sido un excelente académico, pero bajo su liderazgo las cosas fueron de mal en peor.

La institución cerró sus puertas el año escolar de 1882-1883, sin ninguna certeza de que se reabriría. Demasiado para el primer intento en la educación superior adventista. Uno de los diarios de Battle Creek describió la debacle de los adventistas como “el circo del extremo oeste”.

Fue en la confusión del liderazgo de McLearn que Elena de White intervino, con un testimonio titulado “Our College” [Nuestro colegio], un documento leído en College Hall en diciembre de 1881 ante los directivos eclesiásticos y educativos de la iglesia. Y no suavizó ninguna palabra. “Existe el peligro”, comenzó, “de que nuestro colegio se desvíe de su propósito original” (TI 5: 20).

Esta triste historia nos puede enseñar algo importante. Se nos hace demasiado fácil pensar que la iglesia ha corrido continuamente cuesta abajo desde su fundación. No es así: la iglesia siempre tuvo problemas, y siempre los tendrá; pero Dios no renunció a ella. Así es él. Trabaja con personas que no son perfectas y con instituciones que no son las ideales. Dios continúa, incluso, después de que nosotros estamos dispuestos a rendirnos.

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