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miércoles, 8 de noviembre de 2017

Matutina de Damas : Noviembre 8, 2017

Tú eres mi milagro


Me buscarán y me encontrarán, cuando me busquen de todo corazón» (Jeremías 29: 13, NVI).


En la semana veinticuatro de embarazo, el médico me informó de que tenía toxoplasmosis. Me hizo algunas preguntas y me explicó qué era la enfermedad y sus causas. Me dijo que mi bebé podría nacer ciego, con problemas en el cerebro o en el corazón. Yo le dije: «Pero, doctor, ya estoy en la semana veinticuatro, ¿esto está sucediendo recién ahora?». Él me prescribió un antibiótico y me dijo: «Yo estaré contigo».

Salí del consultorio con el corazón dolido, pidiendo a Dios que actuara. Sin fuerzas propias, recordé que el Dios eterno me había elegido y entrenado el año anterior para liderar el Departamento del Ministerio de la Mujer en mi iglesia, Y eso me había brindado el honor de tener un equipo de amigas maravillosas, mujeres de oración. Dagmar, Maria de Fátima y Carmen eran mujeres llenas de fe y del Espíritu Santo.

Me sentía extremadamente sensible y llorosa, así que pedí a mi esposo: «Llama a mis amigas de oración». Sin fuerzas para orar, pedí a Dagmar y a Carmen que oraran por mí durante tres meses, y les expliqué la razón. Ellas clamaron y buscaron a Dios de todo corazón.

Tomé todos los remedios; me hicieron un ultrasonido y pude escuchar los latidos de mi bebé. Su cuerpecito era perfecto. El médico me dijo que todo estaba bien; pero no sabíamos si su vista era buena porque no podríamos verificarlo hasta después del nacimiento. Era una niña. Mi corazón se llenó de gozo. Ya teníamos al pequeño John Wesley. Ahora, Ellen estaba en camino. Y yo estaba confiada, porque mis amigas estaban intercediendo por nosotras.

Mi médico no estaba disponible para la última consulta prenatal, y una joven y amigable doctora me vio. Me dijo que me iban a admitir en el hospital porque, como ya estaba perdiendo fluidos, pronto entraría en parto. Mi hija llegó al mundo gracias a Dios y a la intercesión de mis amigas. A la mañana siguiente, el oftalmólogo le realizó una serie de estudios detallados a mi bebé. «Mamá, tu hija está bien. Respira tranquila», me dijo.

¡Oh, Dios misericordioso! ¡Bendito sea tu santo nombre! Todo aquel que pide, recibe. El que busca, encuentra. ¡Cuánto gozo! Ahora le digo a mi hija: «Hija, tú eres un milagro». ¡Gracias, Señor! Estoy tan agradecida por tu respuesta a la intercesión.

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