EFECTOS DE SONIDO Y DOS ESTAMPIDAS
Los arcos de Dios se cuentan por veintenas de millares de millares. Salmo 68:17.
Durante muchos años, los sirios estuvieron conformes con quedarse en casa, pero finalmente se volvieron beligerantes otra vez y descendieron, con todo su ejército, contra Israel.
Sitiaron Samaria, atrapando a los israelitas dentro de la ciudad, con la intención de que pasaran hambre para que se rindieran. Pronto, se convirtió en la peor hambruna en la historia de Israel. El registro nos cuenta de una discusión entre dos mujeres, que se habían puesto de acuerdo para comer a sus propios hijos. Hirvieron a uno de los bebés; pero cuando era el turno de la siguiente madre, ella escondió a su hijo.
Cuando el Rey oyó que tales cosas estaban ocurriendo, se molestó terriblemente. Sin embargo, en lugar de colocar la culpa donde correspondía ( sobre la rebelión de Israel contra Dios), cargó al profeta Eliseo con todo el problema.
Dios advirtió a Eliseo que el verdugo del Rey estaba en camino, así que el profeta dijo a los ancianos que estaban con él que trancaran la puerta. Luego, hizo una predicación audaz e inspirada: “Mañana a estas horas valdrá el seah de flor de harina un siclo, y dos seahs de cebada un siclo, a la puerta de Samaria” (2 Reyes 7:1).
Uno de los siervos del Rey que oyó la profecía de que el comercio se reanudaría al día siguiente, se burló: “¿Podría suceder esto realmente, aun si el Señor hiciera ventanas en el cielo?
Dios tiene miles de maneras para dar vueltas a las cosas.
En este caso, envió a sus ángeles para hacer sonidos como de carros andando, y de miles y miles de hombres corriendo. Los sirios se dispersaron como conejos, bajando en estampida hacia el Jordán. Dejaron atrás sus tiendas, su comida y todos los bienes que habían traído con ellos.
Cuando leprosos que vivían fuera del muro estaban lo suficientemente desesperados que decidieron acercarse a los enemigos con tal de obtener comida. Cuando entraron a los tumbos en el campamento vacío, se
volvieron locos de entusiasmo. No solamente encontraron alimentos, sino también plata, oro y ropas. Se devoraron la comida y escondieron las cosas tan rápido como pudieron; luego se detuvieron. ¡Esto era demasiado bueno como para guardárselo para ellos solos! Informaron lo que había ocurrido a los que estaban dentro de la ciudad. Después de corroborar cuidadosamente que no era un engaño, el Rey ordeno al mismo hombre que había dudado de la profecía de Eliseo que abriera las puertas.
El pueblo estaba tan hambriento que salieron en desbande a través de la puerta y, antes de que pudiera salirse del camino, pisotearon al incrédulo hasta matarlo.
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