CUANDO DIOS ESCONDE A SU HOMBRE
Líbrame de mis enemigos, oh Jehová; en ti me refugio. Salmo 143:9
Los días eran oscuros para David. Saúl todavía lo perseguí como una bestia salvaje. El único detalle positivo de su vida, mientras estaba escondido, fue una visita secreta e inesperada de Jonatán.
“No temas”, dijo Jonatán, “porque la mano de padre Saúl no te encontrará. Y tú serás rey, y yo seré después de ti”.
Esto alentó a David grandemente y ambos prometieron ante el Señor que siempre serían amigos. Después de que Jonatán se fue, David se sentó y compuso el Salmo 11 mientras tocaba el arpa.
David y su hombre ahora estaban escondidos en el bosque, a unos 3.2 kilómetros al sur de la ciudad de Zif. Fue bastante difícil encontrar suficiente comida y agua para todos; y luego, algunas de las personas del puedo decidieron volverse contra David y contarle a Saúl dónde estaba escondido.
Cuando el Rey oyó las noticias de los zifitas, se apresuró en la misma cueva donde David y su hombre estaban escondidos. Cansados por la larga caminata, el Rey se acostó y se durmió. Los hombres de David presionaron a su líder:
“!El Señor ha entregado a tu enemigo en tus manos! ¡Mátalo ahora, antes de que se despierte!, susurraron. David sacudió la cabeza. “No aunque me ha perseguido, no puedo tocar al ungido del Señor”.
Dios no solo había ungido a Saúl para ser rey, sino también el Señor mismo dirigiría el caso de David y en su propio buen tiempo lo colocaría en el trono de Israel. Si David hubiese matado a Saúl, no habría sido mejor que cualquier otra persona malvada que se venga de un enemigo.
Pero David sí fue y cortó un pedazo de las ropas del Rey. Hasta esto molestó su conciencia. Cuando Saúl se despertó y dejó la cueva. David lo llamó y mostró la pieza que había cortado. El Rey fue humillado y profundamente tocado. Saúl sabía que Dios estaba protegiendo a David y que, finalmente, el hijo de Isaí sería el rey. Durante un tiempo, dejó de perseguir al joven. Sin embargo después de que murió Samuel, el corazón del Rey se endureció otra vez y Dios, otra vez, tuyo que esconder a su hombre.
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