La alegría del Señor
No os entristezcáis, porque el gozo de Jehová es vuestra fuerza.
Nehemías 8:10
En su obra El nombre de la rosa, el escritor italiano Humberto Eco recoge la concepción religiosa medieval de la alegría. La expresa en estas palabras del abad de un monasterio de la época: “La risa es la debilidad, la corrupción, la insipidez de nuestra carne. Es la distracción del campesino, la licencia del borracho… algo inferior, amparo de los simples”? Es la idea de que la alegría se opone a la devoción religiosa, que es incompatible con la piedad.
¿Es acaso la alegría algo secular y destructivo? ¿Debería una verdadera hija de Dios estar siempre seria, severa y solemne? ¿Podría manifestar un humor divertido y conductas de algarabía?
La verdadera religión bíblica no comparte esos conceptos medievales de actitud circunspecta, anidado en iglesias silenciosas y sombrías. Al contrario, la Biblia abunda en exhortaciones a la alegría y describe el cielo como un lugar de júbilo y canto (ver Luc. 15:7,10; Apoc. 19:1-9). En el pensamiento del Nuevo Testamento, la alegría presente es promesa y garantía de la gloria futura. Por eso, dice la bienaventuranza: “Gozaos y alegraos, porque vuestro galardón es grande en los cielos” (Mat. 5:12).
Por su parte, Elena G. de White interpreta: “Los profesos cristianos que están siempre lamentándose y parecen creer que la alegría y el gozo fueran pecado, desconocen la religión verdadera. Los que solo se complacen en lo melancólico del mundo natural, que prefieren mirar hojas muertas a cortar hermosas flores vivas, que no ven belleza alguna en los altos montes ni en los valles cubiertos de verde césped, que cierran sus sentidos para no oír la alegre voz que les habla en la naturaleza, música siempre suave para todo oído atento, los tales no están en Cristo. Se están preparando tristezas y tinieblas, cuando bien pudieran gozar de dicha, y la luz del Sol de justicia podría despuntar en sus corazones llevándoles salud en sus rayos” (El ministerio de curación, cap. 18, pp. 166-167).
Sí, mi querida hermana, entrega hoy tus cargas al Señor y, desde la mañana, permite que su gozo inunde tu corazón.
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