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miércoles, 7 de enero de 2015

Matutina de Jóvenes: Enero 7, 2015

Necesitamos un perdón superior


Ten piedad de mí, oh Dios, conforme a tu misericordia; conforme a la multitud de tus piedades borra mis rebeliones. Lávame más y más de mi maldad, Y límpiame de mi pecado. Salmo 51:1, 2.



¿Alguna vez has cometido adulterio traicionando a una persona que consideras muy noble, de tu entera confianza y muy allegada a ti?

Para el colmo, la mujer con la que realizaste esa traición quedó embarazada de ti y aunque procuraste arreglar las cosas mediante todas las trampas posibles te fue imposible lograr que el marido de ella, tu amigo pasara como padre del que sabías que iba a ser tu hijo.

Entonces en una medida desesperada, ya no podías soportar el posible bochorno y la condenación social, ¿no tuviste mejor idea que quitar del camino a tu amigo, mandándolo a asesinar?

Por supuesto, no estoy hablando de ti en esta reflexión, sino del rey David.

No creo que la mayoría de los lectores de estas meditaciones hayan cometido maldades tan graves. Sin embargo, todos nosotros, en mayor o menor grado, sabemos de nuestras caídas morales; de los actos malos que hemos cometido, y que han dañado y herido a otros o que nos han degradado, pervertido y empequeñecido a nosotros mismos, y que nos hacen sentir miserables. O sin llegar a los actos sabemos cuántos pensamientos egoístas, avaros, orgullosos, llenos de amor propio, envidia, celos, de ambición egoísta o impureza rondan por nuestra cabeza.

¿No sentimos que, más allá del perdón humano, si es que lo hemos recibido, necesitamos el perdón, la comprensión y la restauración de Alguien superior? Sí, de alguien que, aunque es infinitamente bueno, puro y noble, sea capaz de decirnos: “Yo te acepto como eres, te comprendo en tus luchas morales y te voy a ayudar a transitar el camino, muchas veces, doloroso de la purificación moral”.

Si sientes la misma necesidad de David, debes saber que hay Alguien superior que te comprende y te puede dar el perdón que no mereces pero que necesitas. Por eso también, necesitas a Dios.

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