El Advenimiento en marcha -3: Las islas del Pacífico
¿Y cómo predicarán si no fueren enviados? Romanos 10:15.
Pero, algunos salieron sin ser enviados. Uno de ese grupo fue John Tay, un carpintero de buque que por mucho tiempo había soñado con visitar la diminuta isla de Pitcairn, donde los infames amotinados del Bounty se habían establecido finalmente en 1790. Abriéndose camino con unos seis barcos, finalmente Tay llegó a Pitcairn en 1886.
Diez años antes, Jaime White y John Loughborough se habían enterado de la isla y habían enviado una caja con literatura adventista, con la esperanza de que sus habitantes la leyeran. Pero, no lo hicieron. Durante diez años, la caja estuvo almacenada. Finalmente, algunos de los más jóvenes la redescubrió. Para su sorpresa, descubrieron que el sábado era el verdadero día de reposo. Aunque quedaron impresionados con las evidencias bíblicas, dudaban en realizar un cambio.
Fue en ese momento que llegó Tay, pidiendo permiso para quedarse en Pitcairn hasta que llegara el siguiente barco. Como le pidieron que hablara en la iglesia el primer domingo que estuvo allí, el “misionero” que fue por su cuenta analizó el día de reposo sabático. Muchos se convencieron, y otros seguían con dudas. Pero, el estudio bíblico de Tay convenció a todos. Al momento de dejar la isla cinco semanas después, todos los habitantes adultos habían aceptado el abanico de doctrinas adventista del séptimo día.
La emocionante noticia de la conversión de los isleños de Pitcairn inspiró a los adventistas de los Estados Unidos. Tomaron el hecho como una señal de Dios, de que era hora de abrir la obra adventista en el Pacífico Sur.
Pero ¿cómo? Parte del problema era que las conexiones navieras en gran parte de la región eran irregulares, en el mejor de los casos. Así, en 1887 el Congreso de la Asociación General autorizó el gasto de veinte mil dólares para comprar o construir un barco lo antes posible.
Pero, eso no ocurriría; no todavía.
Con la esperanza de avanzar con mayor premura, enviaron a Tay de vuelta a Pitcairn, para fortalecer a sus conversos. Después de intentarlo, finalmente regresó a San Francisco sin haber podido conseguir un barco que lo llevara a la remota isla. La experiencia de A. J. Chudney, quien también fue enviado a Pitcairn, fue más desastrosa: como no pudo conseguir un barco que lo llevara a su destino, compró uno a bajo precio. Pero él, su tripulación y el barco se hundieron en el Pacífico.
Esa catástrofe aleccionadora hizo que los dirigentes de la iglesia retomaran la idea de construir su propio barco misionero.
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