EL PAN DORADO DE BECKY
Echa tu pan al agua; después de algún tiempo lo encontrarás
(Eclesiastés 11:1).
Los tres indios estaban escuchando el sonido de la trompeta cuando notaron el delicioso aroma a pan recién horneado. Siguieron su rastro hasta la casa y allí, sobre una mesa de roble, encontraron las hogazas de pan enfriándose. El jefe indio lanzó un gruñido y señaló la comida.
—Oh —dijo Becky—, tienen hambre.
Corrió hasta el aparador y tomó un cuchillo grande. Los indios, sobresaltados, tomaron el mango de sus hachas.
—No —Becky negó desesperadamente moviendo la cabeza—, para el pan. No les haré daño. Voy a cortar el pan.
Becky podía sentir la mirada de los indios siguiendo cada uno de sus movimientos mientras cortaba el pan, lo untaba con mermelada y servía tres tazones de leche. Entonces los invitó a sentarse con ella a la mesa. Mirando en derredor nerviosamente, ellos se sentaron y comieron. Ella mordisqueaba su rodaja de pan mientras ellos terminaban todo el pan que había hecho para su padre y sus hermanos. De repente, el jefe se puso de pie, emitió unos extraños sonidos como un gruñido, y salió de la casa. Antes de que ella llegara a la puerta, sus visitantes habían desaparecido.
Inmediatamente, Becky corrió hasta el tronco, tomó su trompeta y comenzó a soplar tan fuerte como pudo. No le venía ninguna melodía a la mente, así que tocó las escalas una y otra vez hasta que, a través de los árboles, distinguió a su padre. Ella corrió y se abrazó a él mientras contaba. Balbuceando, la estremecedora situación que había vivido.
Becky nunca volvió a ver a los indios. Sus vecinos hablaban de animales robados y campos quemados por los indios, pero nunca nadie tocó la casa y las pertenencias de ella. Años después, cuando hacía tiempo que Becky y su familia se habían mudado, las tribus locales todavía contaban la historia de la amable niña que tocaba un horrible sonido en su «cuerno» y que había dado de comer al jefe y a dos guerreros. Decían que el jefe había decretado que si alguien se atrevía a atacar la casa y las tierras de los Wright él mismo lo castigaría. Lo que salvó a Becky no fue su trompeta, sino su amabilidad. Echar el pan de la amabilidad sobre las aguas trae bendición.
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