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martes, 29 de julio de 2014

Matutina de la Mujer: Julio 29, 2014

Una luz en la oscuridad


“Jehová te guardará de todo mal; El guardará tu alma. Jehová guardará tu salida y tu entrada. Desde ahora y para siempre.” Salmo 121:7,8



Ese día iríamos a conocer el lu­gar donde se haría el campa­mento de jóvenes, en la zona de la costa, a unas once horas de Qui­to, donde residíamos. Cuando termi­namos los preparativos para el viaje, notamos que se había hecho tarde y, aunque dudamos, decidimos viajar. Nuestras hijas nos acompañaban y tal era su alegría, que invitaron a un primito que, por supuesto, aceptó gustoso la invitación.

La noche vino a sumarse al temor que sentíamos por la densa neblina que cubre los caminos de la cordillera. Gracias a Dios, logramos pasarla sin proble­mas. De repente, mi esposo empezó a maniobrar bruscamente el volante y, con voz entrecortada, me dijo: “Se vaciaron los frenos”. La angustia se apoderó de mí. Inmediatamente elevé una oración a Dios pidiéndole protección, pues sabía lo peligroso que era quedarse sin frenos en los sinuosos caminos cordilleranos.

En ese tramo, la carretera presentaba trabajos de pavimentación, así que el auto fue a detenerse contra un montón de piedras que estaba en medio del camino, obstaculizando la circulación vehicular pesada. Los camiones no podían dete­nerse porque estábamos en una curva cerrada, y pasaban casi rozando nuestro auto. El susto se convirtió en terror. No sabíamos qué hacer.

En medio de la oscuridad vimos una luz fuerte que se acercaba lentamente hacia nosotros, haciendo señales. Una persona, que apenas pudimos distinguir, nos pre­guntó qué había sucedido. Ante la explicación de mi esposo, el hombre nos dijo que no nos preocupáramos pues él nos ayudaría. Con una gran linterna nos indicó el camino que debíamos tomar para regresar. Nos dijo que a 500 m de allí había un lugar seguro. Detuvo el tránsito, nos guio hasta el lugar y después de dejarnos tranquilos y fuera de la congestión, desapareció.

Cuando nos dimos cuenta, estábamos seguros y a salvo. Gracias a Dios, los niños dormían y no supieron lo que había pasado. Estoy segura de que Dios envió un ángel para protegernos y tranquilizarnos en la desesperación, pues él “guarda nuestra salida y nuestra entrada, siempre”.

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