El Rescate
«Porque la Escritura dice: “Dios mandará que sus ángeles te cuiden y te protejan”» (Lucas 4: 10)
De repente, los ojos de las niñas se abrieron completamente; estaban aterrorizadas. Alguien había comenzado a balancear la caravana intentando volcarla. «¿Dónde está mamá?» sollozó Kelli. Rhonda miró hacia las persianas por las cuales habían visto desaparecer a sus padres. «¡Mira! —susurró—. Papá está subiendo por la colina. Viene hacia aquí».
Su alivio se convirtió en terror cuando, de repente, la música que sonaba a todo volumen se apagó. Rhonda veía desde la ventana trasera a los seis enormes hombres vestidos con jeans sucios, chaquetas de cuero negras y pañuelos rojos, y con los brazos apoyados firmemente sobre las caderas. Estaban mirando al hombre que subía por la colina.
«¿Cómo puedo ayudarlos?» pensó Rhonda. ¿Qué podía hacer su padre, un profesor de 1,70 metros de altura, contra aquellas gigantes y furiosas criaturas? Pudo ver cómo su madre avanzaba lentamente por la colina detrás de su padre, pero ¿cómo podría ayudarle ella? Quizás Dios enviaría a la policía para detenerlos. Sin embargo, no escuchaba ninguna sirena aproximarse.
Un silencio estremecedor descendió sobre el campamento desierto mientras su padre continuaba acercándose a la caravana. Durante un momento interminable, los hombres permanecieron inmóviles. Sus bocas y ojos se abrieron invadidos por el terror. De repente, sin que nadie pronunciara palabra, los seis hombres saltaron sobre sus motocicletas y huyeron vociferando entre una nube de polvo y gravilla. Rhonda y Kelli corrieron hacia los brazos de sus padres.
—¿Qué ha ocurrido, papá? —preguntó Kelli—. ¿Qué ha hecho que esos hombres huyeran de esa manera?
Su padre movió la cabeza con un gesto de desconcierto.
—Sinceramente, no lo sé.
—Creo que vieron a los ángeles que están acampando con nosotros y se asustaron —dijo Kelli.
Mamá se rió y alborotó los largos y castaños rizos de su hija.
—Quizás fue eso, pequeña, quizás fue eso.
—¿Crees que lo sabremos cuando vayamos al cielo? —preguntó Rhonda mientras se acurrucaba bajo el brazo de su padre.
—Puedes estar segura, princesa —le respondió papá dándole un achuchón extragrande.
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